"Somos hijos de inmigrantes, somos inmigrantes"; por Tomás Castellano

«Somos hijos de inmigrantes, somos inmigrantes»; por Tomás Castellano (@ViejoCaste)

En estos tiempos emigran muchos de los nietos, bisnietos, tataranietos y más allá, de quienes una vez llegaron a Venezuela en las oleadas migratorias, iniciadas en época de la colonia y reforzada hasta fines del siglo XX (no tenemos conocimiento de que bajo el régimen Castro-comunista se hubiere producido alguna migración hacia Venezuela, ni siquiera de los cubanos que han llegado en las misiones porque quienes de ellos han querido fugarse de la bota de los Castro han huido de Venezuela a Miami o España).

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Ahora estos descendientes de inmigrantes han emprendido la emigración desde Venezuela, aunque suena antipático hablar de lo personal o en primera persona, me voy a permitir compartir algo de la historia de mi familia, porque estoy seguro de que identifica a muchas de las familias venezolanas que hoy viven el nuevo proceso migratorio, tal vez este no sea un nuevo proceso sino la continuación del que iniciaron nuestros ancestros.

De tal manera, advierto, que lo que a continuación vamos a leer es ciertamente una Oda a nuestros ancestros, quienes iniciaron un periplo que hoy se reactiva en nosotros. Es propicio recordar los orígenes de nuestras familias, las que se formaron cien por ciento de inmigrantes, quienes llegaron a Venezuela a buscar lo que ahora nuestros descendientes y nosotros mismos estamos buscando: La felicidad, la prosperidad y la seguridad de poder otorgar a nuestros hijos un futuro y una patria para crecer.

En nuestro caso personal, por cosas que no sabemos, no nos quedó evidencia legal de la procedencia de nuestros pioneros europeos, lo que no nos permite tener las facilidades legales para volver a la tierra de nuestros ancestros, sino que cada uno está tomando un rumbo distinto, propio. Sirva esta referencia para llenar a nuestra familia que emigra, del mismo espíritu emprendedor de los pioneros; para muchos de nosotros, inclusive los apellidos se van perdiendo en nuestra historia con la ampliación de nuestro árbol genealógico y por la inmediata relación con los criollos que se dio con la primera generación de los nacidos en este continente.

Sigamos escribiendo la historia familiar, no cometamos los errores de nuestros padres, vamos a ocuparnos de dejar registros para nuestros descendientes para que conozcan su pasado, para que tengan valor y logren alcanzar lo que nuestros abuelos lograron en su migración y establecimiento en esta tierra que, siendo extranjera para ellos, la acogieron como propia. Tierra que ahora abandonamos con un sentido de pertenencia y a la cual es poco probable que regresemos.

Dios acompañe y bendiga a cada miembro de nuestras familias.

Oda a los inmigrantes:

(Mediados de los años 70 del Siglo XIX)

De Europa llegó un barco con aventureros deseosos de desarrollarse, aunque sin un horizonte fijo; su visión no iba más allá de su propia vida, para muchos los hijos no eran una meta, sin embargo llegaron los hijos, luego los nietos; y así la aventura se convirtió en familia, pero una familia amplia como un disparo de escopeta con un norte franco.

Así nació “Pancha Garbán”, hija de un Corzo de apellido “Acunha” con Maximiana Garbán, una Española de las Islas Canarias, aquél un francés de piel muy oscura y esta una pelirroja de con la piel cubierta de pecas, mezcla esta que produjo la belleza venezolana de hoy. Se ubicaron en el estado Monagas, en un sector hoy despoblado por las migraciones internas producidas por el desarrollo de la industria petrolera nacional, cual colonos, sembraron la tierra y comenzaron a criar ganado, prosperaron y guardaban sus ahorros en “Morocotas” (el dólar español).

Su nombre de pila era Francisca, pero por su bondad, su carácter sin dobleces y su espíritu de lucha, sus amigos la llamaban “La Negra Pancha”; sus hermanos, todos distintos, formaban una policromía típica de la época y natural de la mezcla de razas y procedencias migratorias; su tez morena clara (trigueña, como dicen en oriente) su esbelta y bien contorneada figura destacaba entre ellos, así como entre los residentes del sector, creció y se formó con nobles ideales, luchó con tesón para alcanzar su desarrollo… y entonces formó familia.

Con Vicente Golindano, un catire de ojos claros, quien solo fue el instrumento que le germinó los hijos en época de guerras internas, cuando los hombres no echaban raíces firmes. Con los movimientos pacificadores y la represión gomecista se fue también Golindano, dicen que a buscar La Orquídea Negra a los templados cerros de Mundo Nuevo. Doña Pancha, como se le conoció después, vio partir hacia Mundo Nuevo dos de sus retoños, quedándose con ella los menores, uno de ellos, Luisa.

Luisa vio llegar “La Peste Española” que diezmó a tíos y primos, “No acabábamos de enterrar a uno y ya veníamos con el otro”-decía- y así, la fortuna que el fruto del trabajo de los pioneros y de Doña Pancha habían formado con trabajo y esfuerzo, se vio mermada… siguió la lucha con nuevos esfuerzos, pero ahora con la ayuda de su hija, Luisa Garbán… Doña Pancha envejeció y Luisa tomó su lugar en el frente, cuidando a su madre, quien seguía en la retaguardia.

Pasó por la vida de Luisa la cosquilla del amor, se unió a un venezolano, descendiente de Blancos Criollos que le dejó cinco hijos, se convirtieron en su razón de ser, la razón de su guerra con la vida; Antonio Chacín Suárez, un oriental proveniente de El Carito, quien no pudo dominarla, no, siempre fue indómita, no aceptaba órdenes, no se dejaba comandar, nació siendo Generala.

Desde Caicara de Maturín salió en búsqueda de mejores horizontes para ella y para sus hijos, siempre con ella Doña Pancha; hizo de todo, aprovechando el boom petrolero llegó a Anaco, donde montó su base de operaciones. Se empleó como cocinera en un comedor, luego montó una “Mesa”, así se llamaba a los puestos de venta de comidas donde los obreros de las compañías petroleras acudían a disfrutar de su rico sazón, así se llevó a sus hijos a Anaco y con la ayuda de ellos vendía empanadas, hallacas, comidas completas y cualquier cosa que le produjera un ingreso, no para vivir, sino para superarse. Los envió a todos a la escuela, vacunados con una doble dosis de su espíritu de lucha y de superación; su primer hijo se graduó de médico, dos de sus hijas de maestras, una de secretaria y el menor de militar; cada uno insistiendo en ser el mejor en su campo.

Viendo la bondadosa, pero escasamente desarrollada vida de pueblo, Anaco y luego San Mateo quedaron atrás y con este último vio morir la semilla primera: Doña Pancha. Luisa, con los hijos ya crecidos, siguió su lucha en la capital del estado Anzoátegui, Barcelona, ubicó allí su vanguardia; hizo todo lo que tuvo a su alcance para llegar más allá de lo esperado o creído por todos. Compró unos corotos a un turco y los revendió, entonces amplió su carrera de comerciante, lo que no pudo dejar de ser jamás, capitalizando poco a poco; también fue prestamista y por su gran sensibilidad humana sacaba a la gente de apuros.

Ella siguió luchando, viendo llegar a los nietos y bisnietos. Se convirtió en el árbol de tronco grueso, fuerte, la savia pura y consistente comenzó a correr llenándonos a todos; aunque su cuerpo envejecía y el verdor de su vida se iba desvaneciendo, seguía siendo la base del grupo familiar. Nunca supe que hubiera ido a la escuela formal, tal vez a algún primer grado, solo sé que sabía leer, escribir y llevar cuentas.

Nunca faltó en su mesa algo para brindar al visitante, jamás pude irme de su casa sin que antes pusiera algo delante de mí. Mujer inteligente, audaz, voluntariosa, resiliente, fue bombardeada por las enfermedades y en su rostro se vio la huella del duro trabajo. Ya pasados sus setenta años, el dolor la acosó y la hizo mermar ante la partida de uno de sus hijos; sin embargo luchó para sobreponerse, “se me cayeron las alas del corazón”, me dijo un día al llamar su atención por su profunda tristeza, aunque luchó para sobreponerse, el infarto la atacó ferozmente, peleó internamente su batalla, pero Dios quiso que la perdiera; sí, peleó la buena batalla, ganó muchas en su vida, pero con la pérdida de esta ganó la guerra de la vida. Paradójico quizá, que al perder una batalla se pueda ganar la guerra; pero en su rostro mortal pudimos ver el reflejo de su victoria, la complacencia del vencedor.

No dejó nada pendiente, todo estaba listo. Su obra había acabado…

El impulso que nos dio ha de llevarnos muy lejos…

Por eso hoy decimos con la alegría de tener la estirpe de estas luchadoras y con sabio entendimiento “El árbol no se ha secado, el tronco se ha endurecido”.

Hoy un alto porcentaje de las nuevas generaciones, las cuales incluyen al menos la últimas dos de esta familia de inmigrantes, están en España, Chile, Panamá, Costa Rica, Estados Unidos, Portugal, Ecuador y Argentina, en una emigración que se inició en 2006, al iniciarse el Apartheid chavista con la lista Tascón, luego con el cierre de oportunidades para crecer y el deterioro integral de la calidad de vida, se activó ese gen de inmigrantes que se mantuvo en forma recesiva en varias generaciones, porque Somos Hijos De Inmigrantes, Somos Inmigrantes!

Por: Tomás Antonio Castellano / @ViejoCaste en Twitter e Instagram

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