Testimonio de la madre de un emigrante: La pérdida de la libertad en Venezuela

Hablando con un amigo acerca de los motivos que llevaron a mi hijo a emigrar a España, le explicaba que había tomado su decisión basado en la pérdida de la libertad que estamos padeciendo por estos días en el país. A lo que mi amigo respondió con ironía preguntando si acaso estaba preso. Aunque para mi es bastante obvio que la prisión no es la única forma de pérdida de libertad, me horrorizó pensar si en realidad nuestros estándares en relación a nuestros derechos han disminuido hasta ese punto y si acaso nuestras expectativas de libertad han mermado tanto como para sostener tan pírrico concepto de la misma.

Meditando entonces acerca de la situación que vivimos los habitantes de Venezuela caí en cuenta de que tal vez lo que nos agobia anímica y espiritualmente es una terrible sensación de pérdida de la propia humanidad producto de la falta de libertades mucho más sutiles . Una falta de independencia personal que resulta en la quiebra de la propia autoestima, que nos lleva a minimizar nuestros logros personales y en algunos casos a abandonar o posponer proyectos de vida.

Es posible que nos cueste un poco percatarnos hasta qué punto el escenario económico-político nos afecta y altera nuestra percepción de nosotros mismos como individuos, pero considero que en el punto en que nos encontramos todos hemos perdido mucho de lo que nos hace sentir personas autónomas.

Y es que la pérdida de la libertad que sufrimos ya no se refiere sólo a La Libertad con mayúscula, esa de los grandes derechos, políticos, sociales, económicos. No. La nuestra es una pérdida que socava nuestras pequeñas libertades diarias, las que nos hacían sentir seres autosuficientes y a través de las cuales expresábamos nuestra individualidad. Esas que nos otorgaban la capacidad de decidir acerca de nuestras propias vidas y nuestro entorno. Hemos perdido el libre albedrío para resolver nuestra cotidianidad.

Ya no decidimos que comeremos, ni cuándo y dónde lo adquirimos. Nuestras opciones se reducen día a día. Debemos contentarnos con lo que se ofrece. Lo que esté disponible, lo que estén vendiendo en la cola. Ha crecido el cerco en torno a nuestras decisiones a tal punto que nos impide asumir con libertad nuestros actos más cotidianos, que ahora están condicionadas por factores externos totalmente fuera de nuestro control. Ya no tenemos poder para elegir. Ahora preguntamos sumisamente cuántos paquetes por persona está permitido adquirir.

El día a día se nos ha convertido en un torbellino de circunstancias aleatorias sobre las cuales no tenemos control. Nuestra existencia dejó de reflejar nuestros gustos, nuestras ideas y nuestras preferencias. Nuestro bienestar personal dejo de ser el producto de nuestro esfuerzo. Perdimos la capacidad de tomar decisiones a cada paso, pequeñas decisiones intrascendentes en apariencia, pero que son las que reafirman nuestra individualidad como personas, como seres humanos.

Porque en definitiva el libre albedrio, la capacidad de pensar y decidir, es la características que nos permite reconocernos como humanos. Y esa falta de independencia en nuestra cotidianidad, nos hace sentir impotentes e inútiles, incapaces de planificar ni aún las cosas más sencillas. Nos hace experimentar a cada paso la pérdida de las libertades más simples. Nos llena de impotencia. Nos hace sentir menos humanos, menos personas.

Supongo que de eso se trata.

Este artículo fue escrito por María Alejandra Gámez y enviado al correo [email protected]