Tengo una tía que siempre fue muy espiritual… De las personas que pone la mirada por encima de lo simple y va más allá de la observación barata que encuentra sus límites en la punta de la nariz. Recuerdo haberla escuchado decir muchas veces que lo que nos rodeaba es aquello que atraemos con el pensamiento; y que todas nuestras circunstancias están cargadas, de alguna manera, de la actitud con la que las asumimos.
Quizás influenciada por ella (y por todas las charlas de Alba Mora y Carlos fraga a las que me llevó cuando era adolescente), crecí con la idea de que, cuando alguien se repite constantemente frases como «con lo poquito que tengo me basta», «es mejor aceptar la realidad porque no tengo la solución» o, la peor de todas, «hay que arroparse hasta donde llegue la cobija»; termina convirtiéndose en un pusilánime. Las palabras tienen poder y cambiar la mentalidad es el primer gran paso para lograr cambios significativos en nuestra vida.
Recientemente me he dedicado a entrevistar a emprendedores venezolanos que emigraron a Madrid y me genera mucha satisfacción comprobar que, a pesar del dolor que significa haberse ido del lugar que aman; no están dispuestos a resignarse. Todo lo contrario, tienen un ímpetu impresionante que les permite seguir adelante y construir, de nuevo y desde cero, el futuro que habían soñado para sí mismos y los suyos en su tierra de origen. Para lograrlo, echan mano de dos cualidades fundamentales: capacidad de planificación y adaptación.
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Expertos sostienen que, en España (y en cuaquier país normal), un negocio puede tardar hasta dos y tres años en ser rentable. La economista y coach financiero María Ángeles González lo explica así: «Si plantas un árbol, se necesita un tiempo ineludible hasta que da frutos. Por mucha hambre que tengas no puedes adelantarlo». Sin embargo, la dinámica venezolana siempre fue distinta. En nuestro país eran pocos los empresarios que diseñaban complejos planes de negocios, pues la mayoría de las empresas eran familiares y comenzaban como algo pequeño, e iban creciendo rápidamente a punta de trabajo y esfuerzo, pero de manera un poco desordenada.
Ahora, en Madrid, nuestros emprendedores han tenido que aprender a hacer negocios en un ecosistema económico completamente distinto al venezolano (de antes y de ahora) y, sin embargo, han apostado por ellos mismos, asumido el riesgo y puesto el corazón en sus proyectos; sabiendo que podrían pasar años antes de recuperar su inversión; pero dispuestos a sembrar pacientemente en el terreno fértil de un proyecto con objetivos, metas, etapas e indicadores; en el que es necesario un ciclo óptimo de aprendizajes y procesos antes de obtener una buena cosecha.
También he conocido a profesionales que, con la expectativa de ejercer su carrera universitaria, aceptan trabajos de menor cualificación para pagar las cuentas y no gastar sus ahorros; pero siguen buscando sin descanso las maneras de integrarse al terreno laboral en un área donde estén especializados y que les brinde satisfacción personal y financiera. No les da miedo, ni le ponen «peros» a un trabajo porque el salario no sea el que quisieran, pues entienden que un (1) euro es más que cero (0) euros… pero su tiempo libre lo invierten en cambiar esa realidad, en ir agrandando la cobija para poder arroparse completos e, incluso, arropar a alguien más.
Así, por ejemplo, mi colega Eva María se apuntó como periodista voluntaria en la Cruz Roja en Italia. Algunas personas la critican porque esta “regalando su trabajo”, pero ella sabe que, además de ayudar en una causa humanitaria, está ganando experiencia, entendiendo como funciona el mundo de la prensa en un país al que acaba de llegar, haciendo contactos y ganándose un ítem más en su currículo.
Mi amigo Federico quiere montar un bar en Madrid pero no tiene experiencia, porque en Venezuela siempre ejerció su profesión de publicista. Por eso comenzó a trabajar de camarero (o asistente de cocina, dependiendo de la necesidad del día) en un restaurante del centro de la ciudad. No lo hace por el sueldo, que evidentemente es muy poco, pero está aprendiendo y adquiriendo destrezas para estar más preparado cuando decida invertir; algo para lo que ya tiene un plan y, además, participa en las capacitaciones gratuitas que ofrecen distintas instituciones españolas que otorgan créditos para el emprendimiento.
Está el caso de Karina, que vive en Cumaná (Venezuela) y no consigue trabajo pero siempre quiso ganar dinero con un blog sobre jardinería y decoración porque es su actividad favorita. Por eso aceptó un trabajo como curadora de contenidos en una página web del estado Zulia. No gana mucho, pero lo hace a distancia, en seis horas diarias. Además, todo lo que a sus jefes les tomó años aprender, lo está aprendiendo ella en cuestión de meses. Cuando lance su propio blog, podrá ganarse algunos dólares adicionales desde su casa (algo que no le vendría nada mal).
Ahora bien… Ni los emprendedores venezolanos en Madrid, ni Eva María, Federico o Karina están esperando milagros. Tampoco quieren trabajar duro toda la vida sin ver los resultados. Todos están pasando por el difícil momento de “empezar”, pero han planificado su futuro y diseñado con ilusión un proyecto que requiere humildad y estrategia. Han visto, como mi tía, más allá de sus narices.
En este momento específico no son millonarios, pero tienen muchísimas posibilidades de serlo porque tienen lo que yo llamo «mentalidad de ricos». Es decir, con lo poco que tienen prefieren sembrar un árbol que comprar la fruta. Puede que se priven de muchas cosas para abonar la tierra donde lo plantarán y regarlo pacientemente hasta su madurez; pero los frutos serán abundantes y reportarán más beneficios a largo plazo. La segunda opción solo les garantizaría la comida de hoy, y nada más.
La «mentalidad de pobre», en cambio, es la que prefiere una solución mágica (cosechar sin sembrar), la de quien no está dispuesto a mover un dedo si el esfuerzo que representa no se ve recompensado de inmediato. La del pescador de orilla que prefiere quejarse de precio de los pescados grandes que le compra a otro, antes que reunir el dinero para una embarcación que le permita llegar mañana a aguas más profundas.
¿Qué es más rentable?… ¿vender uvas o elaborar vino?… ¿vender carne cruda o abrir un restaurant?… ¿vender telas por peso o confeccionar vestidos?… Ahora bien, ¿qué requiere más tiempo, paciencia, tecnología, capacitación, estrategia, especialización y constancia?, ¿lo primero, o lo segundo?… Alguien con mentalidad de rico apostará por lo segundo, no sin antes saber cómo funciona lo primero. Lo decía Montesquieu, «la mayoría de las veces el éxito depende de saber cuánto se ha de tardar en lograrlo».
Por: María José Flores ǁ @MarijoEscribe en Twitter e Instagram.
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