José Luis Sosa: El artista plástico venezolano que trajo el Caribe a España

Siempre he pensado que el abstraccionismo es una rebeldía profunda. Este código personalísimo de formas y colores es la rebelión perfecta del espíritu creador, que se libera de las cadenas figurativas y destierra del lienzo las verdades obvias.

Si nos guiamos por las ideas del escritor francés Remy De Gourmont, un pintor abstracto es, en esencia, un artista capaz de crear «una verdad»; ya que solo dos elementos son necesarios para hacerlo: un hecho y una abstracción

Si de colores vibrantes y formas estimulantes hablamos; la plástica universal tiene en Venezuela la inspiración perfecta. El Caribe, lleno de magia y calor, es en sí mismo un hechizo que seduce el alma de quien lo dibuja.

De la tierra de las guacamayas multicolores, las cascadas prismáticas, las selvas iluminadas y los tepuyes ancestrales preñados de leyendas; emigró a España un maestro de la abstracción cromática y geométrica. Su nombre es José Luis Sosa.

Este inmigrante venezolano en España estudió arte puro, mención dibujo y pintura, en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas de Caracas; es pedagogo mención artes plásticas y egresado de museología de la Universidad Experimental Francisco de Miranda.

Quizás sea esa esa naturaleza sensible de quien es capaz de tocar corazones con un pincel, la que le otorga ese carácter afable y el humor inocente de la ocurrencia discreta. La mirada despierta de Sosa redescubre todo lo que le rodea, con la curiosidad de quien interpreta el complejo código informático de la Matrix.

Hace poco más de un año emigró de Venezuela como muchos otros talentos que nuestro país le ha confiado al resto del mundo en los últimos tiempos. Actualmente vive en Guadalajara (a pocos minutos de Madrid, en la comunidad de Castilla-La Mancha), donde ya ha participado en una exposición con su obra «A todo color».

Su trabajo está inspirado en símbolos atávicos asociados a la cultura indígena latinoamericana. Después de muchos años de evolución profesional, pasó de los desnudos figurativos a su propia desnudez espiritual. Su mayor fuente de creatividad, la existencia misma de los primeros hombres en el otrora Mar de las Antillas.

Color caribe

Gabriel García Márquez decía que ser caribe es algo especial, que nos diferencia del resto de los habitantes del mundo. Menciona, en su texto Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe, que “en América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad”. Se refería así a su exuberante belleza, capaz de inspirar su inmortal realismo mágico.

– ¿Cómo influye el Caribe en la obra de artista plástico abstraccionista y qué es lo que lo hace tan fascinante?

– El Caribe tiene temperaturas cálidas durante todo el año. A esa condición climática, que además influye en la fertilidad de sus tierras y la biodiversidad de los países que lo conforman; se suma la gran cantidad de culturas involucradas en un ambiente único en el mundo. De hecho, la principal diferencia que tenemos con otras regiones, como Europa, es que no tenemos cuatro estaciones y, en consecuencia, siempre tenemos luz y estamos rodeados de color.

– ¿Qué es lo más difícil de trasladar desde ese Caribe hasta la obra artística, una vez que se «cruza el charco» y la vista solo percibe los colores del viejo continente?

– Es un proceso muy difícil porque, dependiendo del mes en el que estemos, todo gira en torno a colores muy específicos. Por ejemplo, marrón en otoño, blanco en invierno. Prácticamente durante la mitad del año el verde desaparece y, a la hora de crear, tienes que idear tus propios colores. Eso requiere un trabajo distinto y es cuando apelas a las emociones para rescatar dentro de ti esos tonos que te trasladan a tu país. Eres capaz de mantener la explosión de color porque la sientes, es tu herencia como artista y como ser humano.

Lo más bonito de crecer como artista en Venezuela es que no creo haber podido madurar como artista, de la forma que lo hice, si me hubiera formado en otro país y descubierto posteriormente el color de allá. Son ambientes diferentes y la formación con respecto a cómo asimilar eso también es distinta.

– ¿Cómo ha influido el hecho de ser inmigrante en ese proceso como artista?

– Duele. Emigrar es dejar todo lo que tú amas; y tratar de trasladar eso a un país que no conoces es muy difícil. Pero es también una oportunidad de conectarme con mis orígenes en la distancia. Lo que más me ha gustado de vivir aquí es poder estar en contacto con cosas que, durante mi experiencia como profesor, enseñé a través de libros. Por ejemplo, el día que conocí la Capilla Sixtina me emocioné tanto que comencé a llorar, igual que cuando admiré La última Cena de Da Vinci en Milán.

Para dar un paso más en mi trabajo, inspirándome en elementos de la cultura europea, tendría que investigar mucho más de lo que ya vengo haciendo. Está por verse, pero buscaría referentes artísticos en sus orígenes, quizás a través de pictogramas o petroglifos.

La obra en una maleta

La primera exposición en la que José Luis Sosa participó fue en 1967. Se dice fácil pero, tras 50 años de trayectoria profesional, ha alcanzado solvencia y reconocimiento dentro y fuera de las fronteras de la tierra que lo vio nacer. En las costas orientales de la cuna de Bolívar labró y cosechó a su familia y la maravillosa Isla de Margarita fue su último oasis antes de partir a la Madre Patria. Aún ahora, parte de su corazón aún palpita en la entrañable «isla de las perlas».

– La situación venezolana ha hecho que no solamente los jóvenes se planteen la emigración como alternativa a la crisis de inseguridad, violencia y pobreza generalizada; sino que muchos profesionales con más de 50 años de edad han hecho las maletas y asumido el reto de comenzar de nuevo. ¿Qué consejo les darías?

– No importa cuántos años tengas, emigrar siempre es difícil. Especialmente para los venezolanos porque nunca fuimos un país de emigrantes, más bien recibíamos a extranjeros. Ahora los extranjeros somos nosotros y lo más duro es tener la determinación de tomar la decisión, porque no te puedes venir a la buena de Dios. Hay que tener un piso y saber que vas a pasar trabajo, a lo mejor hasta hambre, porque si no tienes como vivir, no consigues cómo vivir, eso es una cuestión clara.

– Si algún venezolano quisiera comenzar a explorar su talento en el mundo de la plástica aquí en España, ¿qué le recomendarías?

– Le diría que tiene que venir con un trabajo ya hecho. No es que sea una competencia, sino que simplemente eres desconocido y aquí existen galerías que ya tienen sus artistas y su planificación muy bien establecida. Entrar como un desconocido no es imposible pero sí es muy difícil.

– Si tuvieras que escoger un color para pintar a España y a Venezuela en este momento, ¿qué colores utilizarías?

– Para pintar a España utilizaría el color rojo, porque es vibrante, es un color que estalla y que está lleno de vida y pasión. Es energía y, en mi caso, transformación. Para pintar a Venezuela utilizaría el blanco, que es el color de la esperanza.

La de José Luis Sosa es la historia de un inmigrante venezolano que, como muchos otros, lleva consigo lo mejor de nuestro país. Se dice que «las bellas artes no tienen nada de fortuito, sino que brotan del instinto de la nación que las creó» y, en cada uno de sus cuadros, hay un pedacito de luz de los atardeceres de Juan Griego, un verde salvaje y bello como el Amazonas, el amarillo brillante que calienta las agua de Mochima y el azul siempre alegre del cielo que nos guarda el optimismo y la fe.

Escrito por María José Flores

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