Caracas, enero 2018.- Esta pregunta quizá muchos se la hicieron en diciembre de 1998 cuando ganó el chavismo la asunción al poder político, otros se la plantearon muchos años antes de ese hecho nacional, o algunos sólo apenas despiertan y se la hacen en este momento; la verdad es que parece que nadie tiene una respuesta clara al respecto al comenzar este 2018.
La deriva clara de Venezuela que no puede ser desmentida porque es lo más palpable de las realidades globales es lo único efectivo; pero dónde está el hartazgo popular o la fuerza de una clase política que dio clases de libertad y democracia al mundo entero hace décadas; de un suelo donde nacieron los más grandes ilustres libertadores y luchadores del planeta como: Simón Bolívar, Francisco de Miranda o Antonio José de Sucre. El letargo venezolano comienza a hacer mella en las bases de lo que se considera una República, hoy sus resquicios son similares a la de un Estado fallido y caído en la fosa de la inoperancia con una inflación récord a escala internacional que roza el 3000%.
No hay siquiera una perspectiva positiva en ningún campo social para Venezuela en 2018, su desidia parece no importar a nadie fuera de los límites del Orinoco, más allá de la densa masa migratoria que cada día eleva sus cifras hacia países vecinos o a aquellos que alguna vez encontraron en el suelo caribeño de las orquídeas un refugio ante el despropósito global en la que Venezuela se reflejaba ajena gozando de una economía pujante en la primera y parte de la segunda mitad del siglo XX; algo novedoso por estar en el nuevo mundo. Algo salió mal, sin dudas, y va más allá del orden político y sus partidos, quizás el engranaje de tantas riquezas sin la debida educación para su administración. La opulencia le ganó a la razón en Venezuela, tal vez, pero aun así no hay una explicación que pueda argumentar las falencias de su estado actual.
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Para el Fondo Monetario Internacional, temido por muchos, pero alquilado siempre para valorar las sumas económicas, las previsiones para Venezuela en 2018 son sumamente oscuras, decreciendo de una forma tan acelerada que podría tocar el piso del -5%. Y aunque la región latinoamericana no tiene proyecciones altas, se aleja de esa cifra catastrófica inentendible para una nación que tiene entre sus reservas naturales la mayor fuente de petróleo y gas.
¿Es un secuestro?
Muchos grafican la situación de Venezuela como secuestro institucional por parte de una fracción política que tomó el poder bajo las sombras del populismo para atraer el descontento social, que luego de desbancar las arcas y propiciar un quiebre social trata de sostenerse mediante artilugios ilegales convertidos en ley. Luego de la ruptura del Poder Público con la persecución de la Fiscal General Luisa Ortega Díaz, último bastión alzado en contra del madurismo, no hay en la actualidad una separación equilibrada del poder que ponga frenos a la orquesta que interpreta sus designios solos en Miraflores. Aunque la Asamblea Nacional, el Poder Legislativo, asumido por la oposición criolla en 2016 siga funcionando, sus fueros para la ley chavista están cesados en la práctica, algo impensado en cualquier otro Estado democrático, pues, además la fracción opositora sumó el mayor número de votos y logró duplicar al madurismo en el Congreso. Por ello, ante el amparo del Tribunal Supremo de Justicia, convertido en brazo inquisidor directo de la dictadura en Venezuela, la tesis del secuestro institucional cobra valor y fuerza cada día.
Una estrategia macabra en marcha
No hay que dar tanta vuelta a los libros de historia para entender cómo actúan los regímenes populares convertidos en dictadura para mantenerse en el poder; ellos entienden que su fuerza se gana en las revueltas callejeras donde pueden imponer las soluciones falsas que sirven de espejo para figurar que son los que pueden tranquilizar y superar situaciones conflictivas. Además juegan a la desesperanza como dominación social y de forma grotesca entrampan a sus oponentes con esquemas legales sacados de un sombrero pero ejecutados bajo su discurso del todopoderoso que se avala con el dinero público. Revertir ello es muy difícil, no hay una receta clara, pero sí ejemplos de muchas otras sociedades –mayoritarias- que lograron despertar del insomnio.
La tragedia no se mide en Venezuela por las tramoyas de la dictadura para seguir firmes en Miraflores, hoy se denota por la miseria en que se están convirtiendo sus calles, donde cunde el pánico y el hambre, y si bien un versado crítico canadiense o europeo lee estas líneas pensará en un posible cuento “amarillista”, alcanza sólo con invitarlo a que conviva con un sueldo mínimo del trabajador regular venezolano en cualquier barrio de la periferia o del interior del país, sumándose además las deficiencias en servicios públicos como el agua y la luz. En otro escenario culparía al famoso drama inventado por la dictadura “la guerra económica”, pero también se les puede estimular a leer que el país sigue exportando su petróleo, caído en bajos niveles de producción por las carencias del Estado; socavando su suelo minero trayendo como consecuencia una alteración el ecosistema y quebrantando los acuerdos internacionales sobre el cambio climático, dos razones, de muchas, que la economía no se ha detenido, sólo que la manera en cómo se maneja es la explicación de tantos males.
La dictadura logró desunir una oposición que tampoco ha entendido su rol exacto, pues, en los 19 años del chavismo no han construido una alternativa política válida más allá de la confrontación, que pueda ser debatida en cada esquina. Esa es la verdad. Y sin eso sigue siendo cuesta arriba su triunfo para buscar un cambio. Sin embargo, dentro de los grises también hay matices, pues, existe un pequeño liderazgo nuevo, imposibilitado por la dictadura que los amenaza con cárcel, y ya de manera dantesca con balas, sólo detengámonos en el macabro caso que arropó el asesinato del polito rebelde policial Óscar Pérez a manos de las fuerzas públicas y civiles paramilitares en lo que ya se ha bautizado: La Masacre de El Junquito. Sin embargo, esa novata dirigencia parece estar equipándose para enfrentar unos próximos meses difíciles en el país caribeño. Las protestas sociales parecen ser una avalancha que al momento de rebasar el muro de contención será indetenible, y ahí, sólo el más inteligente, el que pueda recoger los destrozos y unirlos para un bien común, podrá conocer una posibilidad real de poder.
De los utópicos acuerdos entre oposición y la dictadura de Nicolás Maduro sólo se puede esperar un marco que sea visto por la comunidad internacional para un futuro que nada más la presión interna de la sociedad podrá activar. Y si ese pacto se logra, algo que parece una quimera, pero al que se debe apostar como otra forma de lucha, el chavismo tratará que los mismos se desvanezcan con el tiempo.
Por ahora no hay luz clara en Venezuela, pero realmente la oscuridad nunca dura para siempre, y el sol debe nacer en algún momento.
Por: Geraldo Meneses / @GeraldoMeneses en Twitter
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