Hace un par de días estuve conversando con un chico de 19 años de edad, que en poco menos de dos semanas se montará por primera vez en un avión, para realizar el viaje de su vida. Es la primera vez que saldrá de casa de su madre, para enfrentarse a lo que cerca de tres millones de venezolanos nos hemos enfrentado ya: La emigración.
En esa ocasión me habló sobre sus miedos y me propuse ayudarlo un poco a superar el terror ante «lo que se le viene encima». Él tenía dudas sobre la ciudad, el proceso de integración, la vida de un inmigrante y, entre tantas ideas, pronunció unas palabras que retumbaron en mi mente, como si de un cañonazo se tratara: «Emigrar es como sentir que naces de nuevo».
Su analogía hizo mucho impacto en mí porque es la verdad, y no existe una forma más gráfica de decirlo. Al bajarte del avión en esa nueva tierra, al traspasar esa puerta, sientes que renaces, que la construcción del camino comienza de nuevo. Cuando respiras la primera bocanada de aire en ese lugar al que has llegado, sientes una especie de «electricidad» que recorre tu cuerpo, una energía que te dice: ¡Bienvenido a la vida!
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Para los que no tienen nada que perder, emigrar es una experiencia en la que solo es posible obtener un resultado: Ganar.
Lo digo así porque si no tienes nada, si no dejas atrás «un nombre» o una reputación, ni una red de contactos o de negocios, ni una trayectoria profesional consolidada, ni propiedades ni empresas; todo lo que logres después de emigrar será «ganancia» (crecimiento personal, profesional, económico y calidad de vida).
Sin embargo, para las personas con «algo que perder» la emigración también es un proceso cuyo resultado solo puede ser «ganar».
Es así porque, si dejas atrás nombre, reputación, experiencia, títulos, cargos, redes de contactos o de negocios, propiedades y empresas; cuando emigres podrás echar mano de todas tus habilidades adquiridas para construir todo de nuevo y hacerlo mejor que la primera vez. Si las cosas no salen como las planificaste, siempre tienes la opción de regresar, pero con muchos más conocimientos y experiencias para hacer las cosas mucho mejor de lo que las hiciste antes.
Al final, y al igual que cuando naces y creces; la emigración es un aprendizaje constante y continuo desde el momento que te subes al avión. Siempre, en todos los casos, sin importar lo que pase y más allá de que logres o no los objetivos que te planteaste, irte a vivir a otro país significa una «ganancia», porque ganas experiencia, ganas conocimiento, ganas sabiduría, ganas cultura y ganas vida.
Así que, si tienes ganas de emigrar, hazlo. Lánzate al agua, aprovecha el impulso y vive la experiencia porque, sin lugar a dudas, ¡vale la pena!
Escrito por Enrique Vásquez
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