Este artículo fue enviado a la redacción de InmigrantesenMadrid.com por la venezolana Elizabeth Reyes León quién nos cuenta su historia como madre de dos hijos que decidieron emigrar mientras que ella se quedó en Venezuela:
Si tu hijo quiere emigrar, dale alas para volar
El síndrome del nido vacío, la triste alegría de emigrar, padres huérfanos, en fin son muchas las formas como se ha intentado traducir en pocas palabras los sentimientos que invaden a los padres cuando sus hijos deciden emigrar. Algunos lo asumen con tristeza, otros con resignación, sentimientos ambiguos y pocos con alegría.
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Los padres siempre deseamos lo mejor para nuestros hijos, pero también los queremos tener cerca la mayor cantidad de tiempo posible; el problema se presenta cuando lo mejor para nuestros hijos está lejos de nosotros. En la Venezuela actual es muy común encontrar a madres o padres con la tristeza a cuestas porque su hijo o hija se acaba de ir del país, se fue en busca de las oportunidades que no consigue en su país, se fue en busca de nuevas experiencias y una mejor calidad de vida. Yo soy una de esas madres y les contaré mi experiencia.
Tuve a mis dos hijos muy joven, iniciando estudios en la universidad. También me divorcié muy joven, aún no terminaba mi carrera, por lo que mi juventud estuvo llena de responsabilidades de estudio y trabajo; con el firme propósito de sacar a mis dos hijos adelante, darles la mejor educación para que fueran personas de bien. Fueron años de mucho esfuerzo, pues la responsabilidad me tocó prácticamente sola. Era padre y madre de un niño y una niña, a quienes debía alimentar, llevar al colegio, pagar todos sus gastos, llevarlos de paseo los fines de semana y un sinfín de cosas más. Aunque de mucho esfuerzo y sacrificio, fueron años de mucha alegría, compartir y aprender. Todo ese esfuerzo finalmente dio sus frutos, mi hijo se graduó de abogado y mi hija de Licenciada en Mercadeo en una de las mejores universidades del país.
Invertí tiempo, dinero y esfuerzo en la formación de mis hijos, con la esperanza de verlos realizados como profesionales y poder decir: misión cumplida. Al ver el constante deterioro de la calidad de vida en nuestro país, mis hijos me venían advirtiendo; mamá al graduarnos nos iremos y yo nunca les respondía nada, pues de solo imaginar de quedarme sola, me daba un vuelco en el corazón.
Al graduarse mi hijo mayor empezó a trabajar y a esperar que su hermana se graduara, para una vez los dos profesionales ir en busca de un mejor futuro en otro país. A medida que se acercaba el grado de mi hija mi corazón se ponía más pequeño, pues sabía que el momento se acercaba.
No quería que se fueran, me parecía injusto, pero a la vez pensaba: Durante muchos años les he enseñado que para ser exitoso debemos estudiar, prepararnos, les he enseñado valores, honestidad, responsabilidad y la convicción de que debemos ganarnos con esfuerzo y trabajo todo lo que tengamos. Ante las condiciones actuales del país, donde los más preparados tienen sueldos que dan pena, los mejores cargos los tienen los recomendados por el diputado tal, el ministro cual o por algún miembro del partido. Un país donde la corrupción está a la orden del día y en todos los niveles, donde muchos se acostumbraron al dinero fácil, ¿Cómo decirle a mis hijos que se queden en un país donde los valores que le enseñé no son tomados en cuenta?
Tiempo de volar
Con todas estas cosas pasando por mi cabeza aún no me atrevía a responderles nada, cada vez que me hablaban de emigrar, hasta que un día vi un video del “hombre más exitoso de Asia”, donde daba una serie de consejos a los jóvenes para lograr el éxito y el secreto de vivir cada etapa de nuestras vidas. El hombre aconseja a la juventud que antes de los veinte años se debe ser un buen estudiante, aprender todo lo que se pueda, trabajar en algo para ganar experiencia; entre los veinte y los treinta años se debe seguir a quien se admire, es tiempo de aprender muchas cosas a la vez, de experimentar, cometer errores, de caerse y levantarse muchas veces, en fin de disfrutar el show. Mis hijos están en los veinte y fue entonces cuando entendí y lo acepté. La siguiente vez que me hablaron de irse, les respondí con alegría apoyándolos y dándoles ánimo. Creo que mi cambio de actitud hizo que las cosas se aceleraran, pues a los tres meses ya mi hija estaba viajando a Chile y mi hijo empezando a realizar las gestiones necesarias para viajar en los próximos meses.
Antes de que mi hija se fuera, el papeleo, los trámites y preparativos no me permitían pensar y sentir, fue en el momento de la despedida cuando racionalicé lo que estaba pasando y no pude evitar la tristeza y las lagrimas. Le dije: Ve con alegría y con la seguridad de que todo saldrá muy bien, pero si por alguna razón no te sientes bien y quieres regresar, no lo dudes pues aquí estaré para ti. Poco a poco la tristeza fue pasando, y no es que esté feliz porque no está conmigo, por el contrario la extraño mucho; pero me hace más feliz saber que está logrando sus metas, se está haciendo una mujer independiente y segura. A solo tres meses ya tiene un trabajo estable, alquiló un apartamento con una amiga y está viviendo nuevas y hermosas experiencias.
Mis amigas me preguntan cómo hago para no estar triste y les respondo es muy fácil cuando somos madres que pensamos más en dar que en recibir. Es cierto mi hija me hace mucha falta, pero también es cierto que eso lo olvido rápidamente cada vez que hablo con ella y me cuenta sus experiencias, sus logros y planes. ¿Qué si me gustaría tenerla al lado para celebrar con ella? Por supuesto, pero aunque no es lo mismo la tecnología me ha ayudado mucho, nos comunicamos por mensajes, notas de voz, video llamadas y redes sociales. Hablamos mucho más ahora que cuando la tenía escasos metros.
¿Qué me voy a quedar sola? Si, tal vez me quedo sola, pero con la alegría y satisfacción de que formé bien a mis hijos y que les di las alas que necesitaban para volar y alcanzar sus sueños, y eso me hace muy feliz. Además tengo la confianza de que aun estando lejos, ellos jamás dejarán que me sienta sola.
Así es que todos los padres debemos tomar el proyecto migratorio de nuestros hijos con alegría y esperanza. Alegría de que van tras sus sueños y la esperanza de que muy pronto los volveremos a ver con sus metas logradas. Entrar en duelo porque uno de nuestros hijos emigró no beneficia a nadie, por el contrario, hará más difícil el proceso. Ellos se fueron a lograr sus metas, y ahora nosotras tendremos más tiempo para lograr las nuestras, tal vez seguir estudiando, hacer ejercicios, o quizá desempolvar todos aquellos proyectos que alguna vez guardamos porque no teníamos tiempo.
Espero que mi experiencia pueda servir de apoyo a aquellas madres o padres que tienen dudas, miedos o sentimientos encontrados ante el viaje de sus hijos. Si deseas compartir tu experiencia conmigo puedes dejar un comentario o comunicarte a través de mi cuenta Twitter @elizabethreyesl
Elizabeth Reyes León
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