«La coctelera emocional de la migración»; por Tomás Castellano (@ViejoCaste)

La sabiduría popular contenida en los refranes suele ser muy acertada porque son el resultado del amalgamiento de la experiencia y la filosofía humana, por ello me gusta usar estas Metáforas para explicar algunas cosas.

Es cierto, “Nadie sabe cuántas presas hay en la olla, sino el que tiene la cuchara en la mano”. Todos podemos opinar sobre las experiencias y posiciones de los demás, con fundamento o sin este, pero solo quien vive la experiencia conoce sus motivaciones y los elementos que le impulsan a tomar una decisión o una actitud determinada; es por ello que no siempre debemos esperar que nuestras recomendaciones sean tomadas en consideración por quien las recibe y esto debemos respetarlo, un consejo no es una orden y por lo tanto no tiene por qué ser acatada.

Desde fuera del contexto las cosas se ven diferentes, desde fuera de la acción todo luce más fácil; si no, veamos cómo es de diferente la visión del espectador de un juego de futbol respecto de la jugada o estrategia que el jugador ejecuta; por ello el trabajo se hace en equipo, entre los jugadores y los directores, coach o técnicos que desde fuera de la cancha y con gran conocimiento técnico orientan a los jugadores; y aun así se puede perder el partido.

Lo antes dicho pretende justificar la dinámica que se produce entre el inmigrante, que vive su propia experiencia y otros inmigrantes, así como con quienes observan el fenómeno desde fuera. En este artículo tocaremos solo un aspecto: Las emociones del inmigrante, las del familiar o amigo que queda atrás y las del natural del país receptor, las cuales son una mezcla dinámica en cada caso. Todo con el fin de llevarnos a la conciencia, la comprensión y el respeto, que se materialice en la empatía entre todos los involucrados o afectados por el fenómeno.

El gran protagonista activo es claramente EL INMIGRANTE, quien tiene que lidiar con lo dejado, desaprender lo que sabe o cree saber, aprender lo nuevo, adaptarse, reinventarse, aceptarse a sí mismo, proteger a los suyos, recibir las demandas afectivas de los que quedan atrás y de paso mostrar siempre su mejor cara, entre otras muchas cosas que generan emociones.

Algunos expertos dicen que las emociones son más o menos violentas y más o menos pasajeras, lo cual implica que son cambiantes en magnitud y duración. Según se expresa en la página del Ministerio De Sanidad Servicios Sociales e Igualdad de España, “las emociones son reacciones que todos experimentamos: alegría, tristeza, miedo, ira, exaltación, satisfacción… no todos somos conscientes de que un mal manejo de estas emociones puede acarrear un bloqueo o incluso la enfermedad. Sin embargo, las emociones bien manejadas nos ayudan a afrontar mejor nuestras situaciones.”

Podemos pasar de una emoción a otra, según el tipo de estímulo que las provoca y según sea nuestro nivel de inteligencia emocional. Cada situación que experimentamos nos puede provocar una emoción que cambie en segundos la emoción anterior, de allí que podemos ver nuestra vida como una coctelera en la cual se mezclan constantemente las emociones, muchas veces contrarias o distantes unas de otras.

Todo se inicia cuando comenzamos a pensar en la posibilidad de emigrar, nos puede atacar el miedo, la esperanza, la tristeza y la alegría, como una cadena sucesiva de emociones; sin embargo en la medida que comenzamos a tomar en serio la posibilidad, estas emociones se van decantando hasta que tomamos la decisión de emigrar. La no tan simple toma de la decisión hace que escojamos cuál ha de ser la emoción que permitiremos o cuál es la emoción a vencer y descartar o minimizar, el miedo se vence y se convierte en esperanza y determinación; luego, cuando comenzamos a tomar acciones, como investigar las opciones de países y ciudades, buscar los recursos financieros, actualizar documentos y comparar lo porvenir con el presente, cobramos valor, cerramos los ojos y damos el salto.

Cuando compramos el boleto se mezclan de nuevo varias emociones y es entonces cuando el contacto con otros inmigrantes, con los que se han de quedar y una concienzuda evaluación de lo que podremos obtener con la emigración, para nosotros y nuestras familias no alegra y hace que lo que perderemos se vea minimizado respecto a lo que ganaremos. No podemos dejar de lado la realidad de que perderemos mucho, pero ganaremos mucho más, no solo en el caso actual de la Venezuela de la “Miseria Exponencial”, sino todas las situaciones migratorias, porque realmente todas se hacen en la persecución de lograr una mejor situación de vida, sea seguridad, desarrollo académico o profesional, mejor condición económica, mejorar la salud, etc., todo el que emigra, lo hace con el firme propósito y la convicción de mejorar.

Asimismo, quien queda atrás del emigrante, familia y amigos (los demás no importan) también es sujeto de un coctel de emociones, las cuales si no son bien manejadas pueden llegar a afectar al propio emigrante, hasta el punto de afectar su decisión de emigrar y hasta hacerlo devolverse para suprimir las consecuencias en sus seres queridos; lo cual será, a todas luces y sin dudarlo, un error, porque cada quien es dueño de su propia vida y su futuro, tanto los hijos como los padres, inclusive las parejas, aunque estas en cierto grado deben manejar un proyecto de vida común sin anularse individualmente.

Aquí es muy importante el uso adecuado y equilibrado de la comunicación entre el inmigrante y sus seres queridos dejados atrás; un mensaje de texto, una fotografía, un mensaje de voz o una conversación en tiempo real es altamente valiosa y útil para mejorar el manejo de las emociones de todos los afectados. Eso sí, sin dejarse llevar por la tentación de la manipulación emocional del otro, se trata de un ecosistema de ayuda mutua, de una relación ganar-ganar.

Si detectamos la presencia nociva de la manipulación debemos enfrentarla con cariño, claridad y firmeza; no debemos optar por huir y abandonar la comunicación, porque esa conducta o actitud nos aleja de una mejor calidad de vida y de una mejor relación. Más aún, la ausencia de la comunicación puede ser un enemigo del proceso migratorio.

Por otra parte están las emociones de los nuevos contactos en el país receptor, ya sea de los familiares y amigos que nos han precedido en la migración o que son naturales de ese país, porque se convierten en nuestro entorno real y cercano, aunque las relaciones no sean tan cercanas. Recibir una sonrisa de un nacional puede ayudarnos en un momento de tristeza; una palabra de bienvenida puede ayudarnos a superar el miedo, ver el logro de alguien nos puede llenar de esperanza; pero también, una actitud hostil de un nacional puede llevarnos a la rabia, al odio o a la desesperanza, si no lo manejamos con inteligencia. Aunque parezca mentira, hasta un extraño puede impactar nuestras emociones.

Todas las emociones ayudan, así nos parezca que las emociones negativas no lo hacen; si no tuviéramos miedo podríamos quedarnos paralizados y no correr para salvarnos ante una situación de peligro; si no nos entristeciera la partida de un ser querido, no podríamos procesar la pérdida. Recuerda “No hay mal que por bien no venga”.

Aprendamos a manejar los niveles de ansiedad, la tristeza, no seamos adictos a la falsa alegría, identifiquemos nuestras emociones y las de los demás y actuemos con inteligencia.

Por Tomás Castellano / @ViejoCaste en Twitter e Instagram