Cuando en 1982 comencé junto a mi joven esposa a construir una familia y a criar hijos, nos propusimos criar buenos ciudadanos, que fueran independientes, profesionales, con visión global y capacidad de adaptarse a cualquier circunstancia que la vida les deparase, superar las dificultades y aprovechar las oportunidades, que fueran capaces de adaptarse al mundo cambiante que el fin del siglo XX y el inicio del siglo XXI avizoraban. Asimismo pensaban y actuaban mis amigos, familiares y conocidos; habíamos asumido el reto de formar CIUDADANOS GLOBALES.
Creímos que ser ciudadanos globales implicaba todo lo anterior y otras cosas más como, salvar al planeta, luchar contra la contaminación que destruye la capa de ozono, descontaminar los mares y los océanos, combatir la pobreza y el hambre mundial, desechar las guerras, poner sus conocimientos y aptitudes al servicio de LA HUMANIDAD; y una gran lista de etcéteras.
Se iniciaban procesos de integraciones regionales, subregionales, continentales y extra continentales. Por ejemplo, lo que se inició como la Comunidad Económica Europea, se transformaba en una Unión de naciones con una integración más allá de lo puramente económico, era libertad de movilización, libertad de trabajo, libertad de residencia.
En América Latina parecía que se producían grandes cambios político económicos, con sistemas propios de integración. En fin, parecía que las fronteras de los países tendían a limitarse a delimitar los territorios y no a dividir a los pueblos… No era esperanza infundada, parecía ser una tendencia mundial.
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Las universidades ampliaron sus ofertas de programas para estudiantes extranjeros y las empresas de esos países estaban atentas para captar a los mejores y crear condiciones para que no regresaran a sus países de origen.
Particularmente los venezolanos, se iban a estudiar a otros países y tan pronto podían se regresaban a Venezuela, eran muy pocos los que aceptaban quedarse a trabajar y hacer vida en otros países. Las condiciones de recepción de migrantes en Venezuela eran muy laxas, abiertas y era un buen destino migratorio para los españoles, italianos, chilenos, panameños, nicaragüenses, cubanos, etc., que necesitaban emigrar de sus países por razones políticas o económicas. Esto permitió que la interacción con los inmigrantes en Venezuela hiciera calar la visión de ciudadanía global que se gestaba en nosotros y nos impulsó a seguir adelante con esta idea, con este concepto. A tal punto que hoy nuestros hijos (los de todos los venezolanos) se autodenominan “Ciudadanos Globales”, así lo vemos en sus descripciones en las redes sociales.
Pero no contábamos con la clase política de los diferentes países, la cual fue abrazando el populismo como modo de llegar al poder y mantenerse; políticos que dejaron atrás lo estudiado en las universidades e identificaron en la pobreza estructural una forma de dominación y de enriquecimiento; para explotar más aún estas variables, descubrieron que el nacionalismo seducía a las mayorías e inventaron la gran farsa de que los extranjeros llegaban a los países “a quitarles los empleos a los nacionales” “a aprovecharse de los impuestos que los nacionales pagan, para copar hospitales y demás servicios públicos” que no merecían. Comenzaron a legislar para obstaculizar las migraciones, fueran del tipo que fueren; inclusive las de los capitales, ahora solo quieren a “los grandes capitales”; despreciaron a la pequeña y mediana empresa, que, por ejemplo es la que hizo de Europa un continente en crecimiento (y tal vez en desarrollo), ahogando así a los emprendedores.
Cada vez se hizo más difícil acceder a una residencia (temporal o permanente), a obtener un permiso de trabajo; lo cual es la cosa más ilógica que se ha inventado en las legislaciones migratorias porque el TRABAJO es un derecho natural y es la forma como se construye y crece una sociedad. Un permiso de trabajo es una aberración humana.
… Y se entronizó el populismo en Venezuela, el nacionalismo se convirtió en traición a la patria, llegó al poder una paupérrima clase política, unos maulas que hicieron despertar a los ciudadanos globales a quienes habíamos formado; y estos, seguros de poder adaptarse y crecer en cualquier parte del mundo comenzaron a emigrar. Pero se encontraron con las barreras migratorias; y se adaptaron, revalidaron títulos, convalidaron carreras, gastaron mucho dinero pagando trámites y abogados… se prendieron las alarmas populistas y nacionalistas en los países destino y comenzaron a “levantar muros”; dificultaron los trámites migratorios, eliminaron facilidades (ejemplo, el Crisol de razas en Panamá); encarecieron los trámites de revalidas y convalidaciones de títulos, etc., y para colmo convirtieron el nacionalismo en xenofobia.
Eso no les quita las cualidades a nuestros hijos que salieron al mundo, siguen con esa gran capacidad de adaptación, siguen entendiendo las culturas de los países receptores, buscan hacer amigos e insertarse en las sociedades de esos países, aún tienen en sus almas la visión global del mundo y buscan cumplir con los requisitos que cada país les impone. Están entendiendo que cada país es diferente, que cada sociedad es particular, comprenden los valores ciudadanos de cada país y se embarcan en el cambio paradigmático necesario; como por ejemplo trabajar en lo que consigan, aunque no consigan trabajar en aquello para lo que estudiaron, sin amilanarse. Luchan contra sus propias contradicciones internas que aprehendieron en Venezuela y casi en forma desesperada tratan de no perder su identidad nacional (ojalá logren desterrar de sus vidas el nacionalismo que tanto daño hace); se aferran a la arepa, al tequeño, al Pirulín y al Toronto, para sentirse en casa.
La ciudadanía global, como la concibió mi generación y como la enseñamos a esta generación de migrantes, no existe, los gobiernos se encargaron de desnaturalizarla. Sin embargo las herramientas globales que les dimos los están haciendo fuertes, los ayudan a adaptarse, los concientiza sobre el cumplimiento de las leyes locales de cada país y les mantiene la visión y el autoconcepto necesarios para mantener la moral en alto, mientras echan raíces, mientras se estabilizan y crecen en cada país receptor. Y están criando a sus hijos con esa misma utopía de ciudadanos globales, porque saben que ellos serán los líderes que gobernarán a las naciones, que erradicarán el populismo, que reorientarán los nacionalismos a una visión más allá de las fronteras, que serán más humanitarios y medirán el éxito con otros indicadores. Ustedes no dejarán que el mundo mantenga la ciudadanía global en una utopía y lograrán convertir este paradigma en una realidad.
Adelante venezolanos en el mundo, aunque hoy nos tengamos que avergonzar de nuestro gobierno; no nos avergonzamos de nuestros hijos emigrantes, ni de los que aquí se quedan, al contrario, nos sentimos orgullosos de ustedes y satisfechos como generación; aunque, debo decirlo, les pedimos perdón por no haberles entregado una Patria.
Por: Tomás Castellano // @ViejoCaste en Twitter
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