El 2020 comienza en España con muchas expectativas. A la formación de un nuevo gobierno en manos de los socialistas se suma la preocupación de los venezolanos por la participación de Podemos en decisiones que afectan a todos los que vivimos en este país.
En un ejercicio de imaginación he llegado a pensar que, durante aquella cumbre iberoamericana de 2007, cuando Don Juan Carlos le preguntó a Hugo Chávez por qué no se callaba; el presidente venezolano se trazó una meta que hoy, seis años después del anuncio de su muerte, logró.
Cuando se conocieron los puntos del acuerdo PSOE-Podemos para un gobierno de coalición, las redes sociales entraron en ebullición. Muchos mostraron su indignación y preocupación con palabras muy serias, pero lo que de verdad inundó mi muro de Twitter fueron los «chistes» en plan: «vayan haciendo cursos de portugués», «incluyan aprender alemán en sus propósitos de año nuevo», «apostillen».
¿Significa que sigo a muchos irresponsables que no se toman las cosas con seriedad? Quizás, pero si no nos tomamos las primeras de cambio con un poco de humor, entraríamos en una espiral de desesperanza que tiraría por la borda todo el sacrificio que hicimos cuando cruzamos el charco para empezar de nuevo, la mayoría desde cero, aquí.
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Sin embargo, ya el 2020 llegó. Las fiestas, los excesos y la emotividad exacerbada va quedando atrás, mientras la normalidad se abre paso poco a poco. Nos vamos poniendo serios y, en el silencio que acompaña la primera taza de café de la mañana, nos preguntamos: ¿será que tengo que hacer las maletas otra vez?
Calma pueblo. Entiendo que cuando escuchamos a alguien decir que «España no es Venezuela» nos acordamos de la arrogante frase «Venezuela no es Cuba» y se nos pone la piel de gallina. No dudo de los parecidos culturales ni de lo fácil que es vender el populismo aquí, allá y acullá; pero hay diferencias que no tenía Venezuela con Cuba, que sí tiene España con Venezuela.
La primera de ellas es el sistema de gobierno. El sistema presidencialista de Venezuela (y de la mayoría de los países americanos) propone la elección de un hombre o mujer que, de acuerdo con lo que nos ha enseñado la historia reciente, termina adquiriendo superpoderes que le permiten hacer y deshacer a voluntad. El caudillismo del siglo XIX en todo su esplendor.
Por su parte, la monarquía parlamentaria de España es un sistema representativo en el que el Rey ejerce la función de jefe de Estado, pero está bajo el control del parlamento (poder legislativo) y del gobierno (poder ejecutivo). Como reza la frase atribuida a Adolphe Thiers: «el rey reina, pero no gobierna»; porque las decisiones del parlamento no solo regulan el funcionamiento del Estado, sino la actuación Su Majestad.
En España, la cabeza del poder ejecutivo es el Presidente de Gobierno (o jefe de Gobierno) y se elige de forma indirecta a través de las elecciones al Congreso de los Diputados. Si llegaste al país hace poco y no estás familiarizado con el sistema, te habrá llamado la atención que en los medios de comunicación se hablase tanto de «negociaciones» y «pactos» entre partidos después de las votaciones. Pues, esta es la razón.
La segunda diferencia entre España y Venezuela, con relación a las posibilidades reales de que el «socialismo del siglo XXI» devore a este país en un abrir y cerrar de ojos, es la comunidad política de derecho que representa la Unión Europea y sus famosas «directivas europeas», que son disposiciones normativas que vinculan a los Estados comunitarios a la consecución de resultados u objetivos concretos en un período de tiempo determinado.
Un buen ejemplo es el del gobierno de Syriza en Grecia, que en enero de 2015 ganó las elecciones con un discurso de izquierda radical y seis meses después tuvo que aplicar un programa de austeridad y privatizaciones propuesto por la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo para evitar el default de la deuda con un crédito de 86.000 millones de euros.
Finalmente, hay una tercera diferencia que he querido reservar para el final. En España hay partidos de derecha que ejercen un contrapeso político importante a la izquierda. En Venezuela nunca los hubo. Claro tenemos ya que ni Acción Democrática, ni Copei, ni Voluntad Popular, ni siquiera Primero Justicia son partidos de derecha (¿se acuerdan de cuando Capriles decía que era «progresista como Lula»?).
Actualmente hay 52 diputados de Vox y 88 del Partido Popular que ejercerán oposición y, al menos eso espero, denunciarán cualquier atrocidad que se pretenda cometer en nombre de la «justicia social».
Ahora bien, ¿estoy queriendo decir que no hay nada por lo que preocuparnos y que nada puede salir mal? No. «La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso», dice Stephen King. Quienes hemos vivido las consecuencias a largo plazo de determinadas medidas económicas sabemos que hay señales a las que debemos estar alerta para tomar decisiones orientadas a nuestra tranquilidad en el futuro.
¿Qué deberíamos ir analizando? Por ejemplo, los resultados a mediano plazo de la derogación de la reforma laboral y de la limitación del precio de los alquileres. Recuerden que, en economía; mientras más controles, más distorsiones.
Por ahora, hay medidas que tienen «buena pinta» como la inclusión progresiva de la salud bucodental en la sanidad pública (es algo con lo que todos deberíamos estar de acuerdo) y una que resulta especialmente buena para algunos venezolanos: La inclusión en la sanidad pública de los padres y suegros de ciudadanos comunitarios, una vez que obtengan su residencia como familiar de comunitario.
También está la propuesta de la ley de hijos y nietos, por la que todos los hijos o nietos de españoles, sin importar su edad, podrían obtener la nacionalidad española por opción; eliminando la restricción actual de hacerlo antes de los 21 años.
Al final del camino, sabemos que todo beneficio tiene un precio. Lo que no sabemos es quién y cómo tiene que pagarlo. Solo nos queda esperar para poder tomar decisiones con base en resultados y confiar en que los españoles no se dejarán arrebatar por nadie la calidad de vida que disfrutan en un país que, con sus fallas como cualquier otro, es uno de los mejores del mundo para vivir y ser feliz. Mucho ánimo. No todo está perdido.
Por: María José Flores
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