Son miles los venezolanos que día tras día salen de su país, en algo que ya no puede llamarse emigración, ni diáspora. Su único nombre posible es huida, porque están huyendo de algo que parece lo peor del mundo, de un país en el que el dinero no alcanza y en el que la comida, la seguridad, el dinero y la paz brillan por su ausencia.
Muchos se quedan en América Latina, algunos van a pasar sustos con el «suelo de gelatina» que tiene Chile; otros a ser víctimas de odio, racismo y xenofobia en Panamá. Algunos (muchos) que tienen doble nacionalidad se van a la tierra de sus padres, sea Colombia, Ecuador o Perú; mientras otros deciden tomar rumbo a la Argentina, un país con el que tenemos más semejanzas que diferencias.
Están los que consideran que irse a los Estados Unidos de Trump es la solución. Y eso que hablamos de una sociedad que, motivada por el resentimiento contra los extranjeros, eligió como presidente (hace poco menos de un año) al candidato que les prometió luchar contra la inmigración ilegal.
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Otros deciden cruzar el océano rumbo a Europa. La mayoría de ellos buscando la Madre Patria, aquella mítica tierra que nos heredó el idioma, la religión, parte de nuestra cultura y hasta nuestra esencia, ese mismo país del que Simón Bolívar nos liberó para hacernos soberanos e independientes.
Pero al final, hagan lo que hagan, muchos no llegan a ningún lado porque emigran, pero siguen en Venezuela. Es decir, se fueron a otros países, pero siguen atentos a lo que ocurre en Venezuela más allá de la preocupación normal y lógica por la familia y los amigos que quedaron allá. Me refiero a que pasan todo el día leyendo cuanta noticia se publica en Internet sobre el país, obsesionados con el Twitter de Lucio Quincio o Dólar Today, metidos en varios (a veces demasiados) grupos de WhatsApp y compartiendo cuanta información les llegue sin importar si es cierta o falsa.
Emigran y están en un país en el que hay de todo, tienen un sueldo que les alcanza para cubrir sus necesidades, pero hacen y dicen cosas sin sentido como “no voy a comprar harina Pan porque mi familia en Venezuela no la consigue y hace dos meses que no se comen una arepa”. Creo que eso es el colmo del melodrama y de la estupidez. Si emigraste fue para tener mejor vida y no para andar sufriendo las carencias que sufrías en Venezuela.
Si trabajas honradamente, si haces lo posible por ayudar a los tuyos, si tuviste la valentía de comenzar desde cero en otro país y has ido logrando tus metas, ¿por qué no te vas a merecer las cosas que puedes tener?
Cuando se emigra hay que hacerlo con cuerpo, alma y corazón; hay que aceptar que estás en un sitio que te da lo que tu país no te puede dar, por lo que es un deber integrarte y aceptar que tu realidad es diferente a la que tenías, que vives en un sitio mejor y que sentirse mal o culpable por haber emigrado es una ridiculez de tamaño monumental.
Tú decidiste cambiar la realidad, tú tomaste la decisión de irte y, por lo tanto, es tu responsabilidad aceptarlo y hacer siempre lo mejor posible para sacar lo mejor que puedas de todas las nuevas experiencias que estás viviendo. Porque si sigues con el cuerpo en otro sitio y la mente en Venezuela, simplemente cruzaste el océano hacia ningún lado.
Por EnriqueVasquez / @EnriqueVasquez en Twitter e Instagram
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