Como ya les comenté en un artículo anterior, el mismo día que llegué a Madrid, con tan sólo 500 euros, logré alquilar una habitación y compré mi línea de móvil. Al llegar la noche ya me quedaban sólo 200 euros disponibles y aún con muchísimo jet lag y un agotamiento fatal decidí salir a buscar trabajo porque no tenía otra opción.
Luego de conseguir la habitación de los dominicanos, pagarle los 200 euros de la primera mensualidad y dormir algunas horas, me desperté a eso de las 8 de la noche (que aún era de día), tomé la determinación de no perder ni un día aquí, y me fui al centro del universo español para de ahí comenzar mi búsqueda de curro.
Al llegar a la Puerta del Sol, me paré en el medio de la plaza aspiré el seco aire de la Villa y Corte, caminé hasta la estatua del Oso y el Madroño, me paré bajo ella, me encomendé a Dios y sin currículum ni nada, cogí mi teléfono, abrí Google Maps, “cuadriculé” la zona para caminarla en orden y no repetir ni dejar ningún área por fuera y comencé a andar con la plena decisión y confiado totalmente en que no me iría a la habitación sin tener un empleo.
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Antes de venirme a Madrid había investigado mucho sobre cuál es la actividad en la que es más fácil conseguir trabajo y por decisión unánime todo el mundo decía que era el sector de bares y restaurantes (restauración lo llaman aquí), así que eso es lo que decidí hacer, y eran los sitios a los que iría a buscar trabajo, en los bares y restaurantes de la zona. Alejándome cada vez más del centro hasta que consiguiera algo.
Al llegar al primer bar, me paré al frente y me paralicé del miedo, sabía que tenía que entrar, pero mi terror no me dejaba moverme, me temblaban las manos, se me revolvió el estómago y me dieron ganas de ir al baño y de vomitar al mismo tiempo, comencé a sudar más de lo que ya sudaba por el calor que hacía a esa hora.
No saben cuántas ideas me pasaron por la mente en cuestión de segundos, todas me decían que lo más “lógico” y “sensato” era irme a la habitación a descansar, luego, mañana imprimir los currículums, descansar y después de estar más adaptado al clima y al horario salir con calma a buscar trabajo.
Mi instinto de supervivencia, motivado por el cansancio y el miedo que sentía me impulsaba con todas sus fuerzas a que abandonara esa “locura” que estaba a punto de cometer, me costó muchísimo sobreponerme y tomar la decisión de aventurarme hacia la puerta que tenía al frente.
“Da un paso primero, luego otro y así sucesivamente, llega al sitio, sonríe y confiadamente pregunta por el gerente, di que acabas de llegar y que estás buscando empleo, que quieres saber si hay algo disponible, que vienes de Venezuela, pero tienes nacionalidad italiana”, me repetía a toda velocidad para tratar de acallar las voces del miedo que me instaban a salir corriendo de ese sitio.
Me recibió un chico argentino, me dijo que creía que no había nada, pero igual llamó al gerente, este si era español castizo 100% casi que descendiente directo de los primeros celtíberos, me pasó a su oficina y me pidió mi resumen curricular, le expliqué que había llegado hoy mismo a España y que aún no lo tenía en papel pero que se lo podía mandar a su email, así lo hice, me informó que no tenía ninguna necesidad de personal pero que me tendría en cuenta porque alguien con mi actitud sería valiosísimo para cualquier organización.
Más o menos similares fueron los siguientes 30 sitios a los que fui, eran casi las 11 de la noche, mi cerebro ya no funcionaba, el hambre me llevaba loco, porque entre el jet lag, la cantidad de horas sin comer y los múltiples olores de los diferentes locales visitados ya hacían mella en mi sistema digestivo.
Al final, casi a media noche, entré en un bar cerca de la plaza de Lavapiés, no había mucha gente por lo que pude hablar directamente con el dueño, su nombre era Fernando, me dijo que necesitaba a alguien pero que mi deber era convencerlo de que yo era la persona que él requería, así que decidí contarle mi historia de las últimas 36 horas desde que salí de Venezuela hasta ese momento.
Me miró y me preguntó si era en serio eso porque no me creía, casualmente tenía conmigo el talón del billete de Conviasa y se lo mostré, le dije que no tenía por qué mentir, que igual con el cansancio y el hambre, el cerebro no tendría energías para crear historias.
Se me quedó viendo nuevamente como pensando sabrá Dios en qué, al final llamó a uno de los camareros que tenía ahí, le pidió un bocata de tortilla y una cerveza, yo no entendía nada.
Luego me dijo que necesitaba a alguien que lo ayudara en diferentes cosas del bar, desde atender mesas cuando estaban muy llenos hasta recoger y mover vacíos de cerveza o refrescos, ir al supermercado a comprar algo que hiciera falta y lavar platos hasta ayudar en la cocina o pelar patatas. Que trabajaría desde las 16 horas hasta el cierre (normalmente entre 1 y 2 de la mañana), me pagaría 700 euros más una parte de las propinas y me daría de alta en la seguridad social. Y que, si quería, comenzaba al día siguiente.
Imagino que visiblemente emocionado acepté, en ese momento llegó el bocata, resulta que me lo había pedido a mi… me dijo que era un obsequio de bienvenida al bar para que conociera los productos; para mí; fue más que un obsequio, fue Dios en persona que vino a alimentarme el cuerpo y el alma, ha sido el mejor bocadillo de mi vida.
No sé cuánto le agradecí, pero imagino que fue mucho porque me dijo que si le volvía a dar las gracias retiraba la oferta del trabajo, que en vez de eso fuera a descansar porque el trabajo iba a ser muy duro y agotador; tenía razón, yo no sabía lo que me venía.
Con una gran sonrisa de felicidad (por el trabajo y por la comida), me despedí hasta el día siguiente, cogí el bus y me fui a dormir…
Al día siguiente, descubriría que el trabajo en un bar de Madrid es algo que pocos, muy pocos son capaces de resistir, pero de eso les hablaré en un próximo artículo.
Enviado al correo [email protected] por Giovanni De Luca
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