Emigró y nunca imaginó que ese día en el aeropuerto sería la última vez que vería a su padre

Cuando me despedí de mi padre en el aeropuerto… (para llorar)

Cuando me despedí de mi padre en el aeropuerto de Maiquetía hace ocho meses, sentí un dolor tan fuerte que todavía no sé cómo describirlo. Me dolía el pecho de la tristeza que sentía, tan abrumadora y real como una patada furiosa. Pasé tantos meses tratando de convencerlo que regresaría pronto a visitarlo, sabiendo que realmente no era tan fácil, que cuando me vi en la situación de abrazarlo sobre aquel mosaico multicolor que anuncia que por fin llegó el día; las palabras se atoraron en mi garganta y estallaron por mis ojos en forma de lágrimas que infructuosamente trataba de esconder.

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Una de las cosas que más me preocupaba cuando tomé la decisión de emigrar a Madrid, era dejar a mis padres solos en un país donde no hay medicinas, no hay comida, la pensión de vejez no alcanza para nada y una persona mayor manejando un carro es el blanco perfecto de delincuentes que probablemente disfrutarán arrancándoles la vida a balazos, con tal de adueñarse de una batería o un par de cauchos.

Me cansé de dibujar escenarios en los que podía traerlos conmigo a España, pero cuando ponía los pies en la tierra me daba cuenta que ninguno era realmente factible. Mi esposo y yo contábamos con el dinero justo para establecernos mientras comenzábamos a producir dinero y realizaba mis trámites migratorios (él tiene nacionalidad española así que en su caso todo fue más sencillo).

Ante esa realidad, solo parecía tener dos opciones: Quedarme en Venezuela para hacerles compañía y seguir ganando un sueldo miserable que no me alcanzaba ni para comprarles sus medicinas, mientras esperaba que Dios los llamara a su lado para poder entonces escribir mi propia historia; o caminar al lado de mi esposo en una nueva etapa llena de proyectos personales y profesionales que él estaba decidido a poner en marcha para labrarnos un futuro mejor.

Cuando lo abracé por última vez, mi padre lloraba devastado. Sabía que al abrirse frente a mí la puerta que conduce a migración, conmigo se irían los cafés de los sábados y los quesillos de coco de los cumpleaños. Aunque planificamos juntos todas las cosas que podía hacer en los próximos meses, cómo iba a ayudarlos económicamente desde aquí, a qué horas los llamaría diariamente por teléfono, los protocolos que seguiríamos en caso de emergencia y hasta puse en alerta a familiares y vecinos para que prestaran ayuda ante cualquier eventualidad; la última imagen que tengo de él es la de su rostro decepcionado y su mirada llena de impotencia y dolor.

Lo último que me dijo fue «te nos vas», en medio de una crisis de sollozos que apenas le permitían darse a entender. Le repetí que volvería pronto a visitarlos… ¡Cuanto me duele recordar ese momento! Quería decirle algo que le ayudara a calmarse, pero en el fondo sabía que demoraría al menos un año en poder volver. Y así, sobre el avión que nos trajo a este país maravilloso que nos abrió las puertas, un pedacito de mi corazón se quedó atorado entre sus manos.

Esa fue la última vez que vi a mi padre. Hace un mes sufrió un infarto fulminante que se lo llevó a descansar junto a Dios. Hasta hoy he conseguido fuerzas para hablar de esto y desahogar lo que siento, pues haber asistido al entierro no cuenta como despedida. Nuestra verdadera despedida fue en Maiquetía hace ocho meses, sobre el piso de colores de Cruz Diez, y no dejo de pensar que en medio de tantas emociones encontradas aquel día, lo mejor que hice por él fue mentirle.

Sin embargo, después de reflexionar mucho sobre cómo sentirme mejor al respecto, me he dado cuenta que lo mejor que puedo hacer para que sonría, allá en el cielo desde donde me observa, es cumplir todas las metas que me propuse cuando decidí vivir en España. Le pido a Dios que me ayude a convertir Madrid en el escenario de una vida plena y digna para que esté orgullosa de mis logros y siempre me bendiga con su amor eterno. Jamás podré olvidar la tristeza de tu ausencia, pero ser feliz será mi mejor manera de rendirte honor papito. Te amo siempre, tu hija Ana María.

InmigrantesEnMadrid.com

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